Conquistador del Tucumám colonial.
Para empezar a leer el texto, primero empecemos hablar de quién fue Juan Gregorio Bazán.
Según los escritos, fue la primera persona con este apellido embarcado hacia el nuevo continente.
Estos documentos fueron posteriormente fuentes de información para genealogistas e historiadores clásicos de la colonia tucumana quienes reconstruyeron el protagonismo glorioso de estos personajes. A largo plazo, estos autores contribuyeron a sostener la imagen de una élite colonial poblada de héroes por derecho propio, cuyas nuevas condiciones de «nobleza» se transmitieron a través de la «sangre» a una dilatada descendencia que llega hasta nuestros días (Levillier, 1920 y 1928; Serrano Redonnet, 1979, Martínez Villada, 1940, entre otros).
Juan Gregorio Bazán llegó a la ciudad de Portobelo alrededor del año 1545, probablemente enganchado en la compañía de Pablo de Meneses que era su pariente, aunque no en grado cercano, y natural como él de Talavera de la Reina.
Con él se trasladó al Perú, posiblemente hasta viviera en su casa como allegado o cliente y participó, aunque no en calidad de protagonista, de los sucesos de las rebeliones y guerras civiles. Al finalizar estas, nada obtuvo Juan Gregorio de las autoridades, por lo que decidió probar suerte en las regiones del Tucumán, que se abrían a la conquista después de la provisión de La Gasca. La verdadera acción conquistadora llevada adelante por Bazán tuvo lugar en el Tucumán colonial, donde fue soldado, caudillo, descubridor, capitán y fundador de ciudades.
Los inicios: resignificando un apellido
(raíces ancestrales y tronco fundador)
Junto a los Luna, Brizuela, Toledo y los Villafañe y Guzmán, los Bazán fueron una de las familias más prominentes de La Rioja colonial. Su gran notoriedad se debe al protagonismo que tuvieron sus miembros en todos los acontecimientos de la historia local; desde fechas tempranas ocuparon los principales lugares de prestigio y poder dentro de la sociedad y lograron consolidar una posición económica sólida. Una descendencia prolífica garantizó además la presencia familiar en todos los sectores de la vida social y religiosa; para fines del siglo XVII, algunos Bazán estaban radicados en el valle de Catamarca, Córdoba, Tucumán y Salta y utilizaban apellidos compuestos.
Los Bazán reunieron, además, otras singularidades en su historia. La figura de Juan Gregorio Bazán, su «gesta» conquistadora en el Tucumán, su trágica y gloriosa muerte a manos de los indígenas, son aspectos ya bastante conocidos (Levillier, 1920 y 1928; Martínez Villada, 1940; Bazán, 1979). Sin embargo, pensamos que su «fama» no se debe tanto a estos episodios, en sí bastante frecuentes en la historia de la conquista, sino a las circunstancias «milagrosas» (poco analizados, por cierto) que rodearon el rescate con vida de su esposa, su hija María y su nieta Francisca(^4). Y más aún, sostenemos que fue la cristalización de esta saga en un documento oficial lo que determinó su trascendencia y posterior utilización por parte de sus descendientes.
¿Cómo y por qué fue posible todo esto?
Muchos años después de la tragedia, hacia 1585, el esposo de Francisco, Alonso de Tula Cervín, se encargó de gestionar y concretar la realización de la probanza de méritos y servicios de Juan Gregorio Bazán. Este extenso documento le permitió a Tula capitalizar las acciones llevadas a cabo por los ancestros de su mujer (su padre y abuelo), al mismo tiempo que consiguió rescatar y perpetuar una historia de heroísmo que hasta ese momento solo recordaban los viejos compañeros de armas de Bazán. Con mucha sagacidad, este oscuro escribano de gobernación, de escasa prosapia y pocas acciones conquistadoras personales, pasó a ser una especie de copartícipe y heredero de la gloria de Bazán por haberse casado con una de sus nietas, siendo ella muy pobre en caudales.
En sociedades en gestación como la tucumana colonial y más aún, la riojana,
las posibilidades de ascenso estaban ligadas no solo a cuestiones económicas o a los méritos adquiridos por cada individuo particular; también estaban relacionadas con la gestación de identidades familiares, construidas y transmitidas de una generación a otra. En este sentido, el ser portador de un apellido u otro tenía una gran significación, puesto que cada uno de ellos condensaba -a modo de símbolos emblemáticos- una parte de la historia familiar que los demás vecinos y contemporáneos conocían. Además, en aquellos tiempos no prevalecían aún normas fijas respecto del sistema de herencia de los apellidos, por lo que los cónyuges contaban con bastante libertad para elegir qué apellidos legar a la descendencia.
La descendencia de Tula y Francisca Bazán constó de cinco hijos; la pareja repartió los nombres y apellidos de los dos antepasados muertos para perpetuarlos y de este modo traerlos de nuevo al presente de la historia familiar. El primogénito se llamó Diego Gómez de Pedraza (como su abuelo materno) y el otro varón, Juan Gregorio Bazán de Pedraza (en honor al bisabuelo materno y al abuelo). Esta primera generación de la familia en La Rioja heredó un capital simbólico contenido en sus nombres que les facilitó su reconocimiento y respeto inmediato, pero
que exigió de su parte un desempeño social acorde, acumulando méritos a
lo largo de sus vidas. Y al parecer este fue su más importante legado, ya que pocas noticias han quedado sobre los bienes muebles e inmuebles que Tula y su mujer debieron repartir entre todos sus hijos. No sabemos si Tula reunió alguna fortuna a lo largo de su vida; al menos es seguro que contaba con casa en la ciudad, tierras y una encomienda en primera vida que pasó a su primogénito después de su muerte, en 1605.
Generación Primera
Juan Gregorio Bazán = Catalina Núñez de Plasencia |
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María Bazán = Diego Gómez de Pedraza |
1. Juan Gregorio Bazán (muere siendo niño) |
2. Esteban de Pedraza (radicado en Perú) |
3. Juana Bazán de Pedraza = Baltasar de Ávila Barrientos (con descendencia en La Rioja) |
4. María Bazán = Juan Ponce de Córdoba (con descendencia en La Rioja) |
5. Francisca Bazán de Pedraza = Alonso de Tula Cervín |
Tercera
Diego Gómez de Pedraza = Jerónima de Bastos y Albornoz / Sebastiana Ramírez de Velasco |
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Leonor de Tula Bazán = Nicolás Carrizo de Orellana |
Agustina Bazán = Alonso Sarmiento de Vega |
Juan Gregorio Bazán = Inés Gutiérrez Gallegos |
Luciana de Tula = Luis de Azpeitia |
Las ramas del árbol de la familia Bazán
Esta generación de la familia Bazán -la cuarta- reúne algunas características particulares. Tres de sus miembros se casaron con mujeres de la familia Texeda y Guzmán, una de las más renombradas de Córdoba, descendientes del conquistador Tristán de Texeda. Era, sobre todo, una familia muy rica dueña de encomiendas, haciendas, esclavos y tierras en toda la jurisdicción; los Texeda representaban la tradición pía combinada con la acción en la esfera de las actividades económicas y políticas. Las tres damas en cuestión, hermanas y primas entre sí, llegaron al casamiento con dotes interesantes, parte de cuyo monto estaba constituido por tierras. Al menos, las tierras de Pichana, que conformaron la dote de Mariana de Texeda y Guzmán (ubicadas al noroeste de la jurisdicción de Córdoba), se convirtieron en una importante estancia cuando pasó a ser administrada por Juan Gregorio Bazán de Pedraza, su marido. Este compró tierras cercanas para aumentar sus dimensiones y mejorar su productividad; en ella estableció esclavos e incluso consiguió que sus encomendados se trasladaran hasta allí para cumplir con el servicio personal. Por su parte, las tierras que heredó la esposa de Diego Gutiérrez, hermano de Juan.
A partir de aquí, la participación de la familia Bazán en los asuntos y negocios cordobeses se hizo más activa; incluso, uno de los hermanos (Josep) se instaló en la ciudad de Córdoba con su familia y solo volvió a La Rioja cuando consiguió una encomienda en esta jurisdicción. Es posible también que Diego Gutiérrez hubiera mantenido residencia en ambas ciudades. No tenemos una clara idea de cómo se organizaron estos hermanos para articular las actividades económicas entre una y otra jurisdicción.
Lo que parece evidente, a juzgar por la abultada herencia que dejó a sus hijos Juan Gregorio Bazán de Pedraza de la cuarta generación, es que fue en esta etapa que la familia logró consolidar una importante fortuna. Hacia 1680, los Bazán ya no eran una familia más dentro de la élite riojana colonial, sino que comenzaba a despuntar como la más rica e influyente.
Vinculando herencia, patrimonio y apellidos: la «invención» de los mayorazgos.
Como ya fue señalado, Juan Gregorio Bazán de Pedraza y Texeda fue nombrado gobernador del Paraguay en 1708, se trasladó a Asunción al año siguiente y permaneció allí hasta su muerte (1717). Fue esta su gran oportunidad de engrandecer su fortuna; en Asunción se transformó en una suerte de empresario, participando del lucrativo comercio de la yerba mate. Garavaglia (1983) en su estudio sobre la economía del litoral lo caracteriza como el típico encomendero empresario; mas pareciera que su perfil de encomendero quedó en La Rioja y que en Asunción desarrolló funciones específicas de su cargo más una actividad acentuadamente mercantil. Contó allí con varios socios y agentes, uno de ellos fue Andrés Ortiz de Ocampo, un sevillano bastante oportunista con quien casaría a una de sus hijas. A su muerte, los bienes del gobernador fueron valuados en más de cien mil pesos.
Aspectos destacados:
- Ascenso político: Juan Gregorio Bazán alcanzó el cargo de Gobernador del Paraguay (1708-1717)
- Empresario colonial: Se involucró activamente en el comercio de yerba mate
- Transformación económica: Evolucionó de encomendero a empresario mercantil
- Redes de poder: Estableció alianzas estratégicas (ej. con Andrés Ortiz de Ocampo)
- Fortuna considerable: Sus bienes superaban los 100,000 pesos (cifra interrumpida)
De manera específica, la voluntad testamentaria del último portador del nombre Juan Gregorio Bazán de Pedraza fue la de sellar la relación entre la descendencia y la identidad familiar con el mundo material. Tal como ocurría en otras partes de los lejanos reinos de España, las «casas» representaban la continuidad patrimonial que se lograba tanto apelando al régimen de heredero único, como a distintas estrategias familiares que tenían por finalidad la perpetuación del patrimonio.
La filiación cognática permite que, ante la ausencia de un heredero varón, la casa pueda mantener su continuidad a través de una hija, cuyo esposo actuará como enlace entre el abuelo materno y los nietos, que es precisamente lo que ocurrió en el caso de la familia Bazán. A ellos podemos aplicarles la caracterización de Moreno Almárcegui, para quien «cada casa es el resultado de una compleja trama de relaciones familiares, desgastada continuamente por la muerte y continuamente rehecha gracias al matrimonio. Cada casa tiene su propia sangre familiar, un apellido».
El recurso a la institucionalización de mayorazgos creó en los contemporáneos del gobernador, en sus descendientes inmediatos y mediatos, una imagen de pertenencia de esta familia a un grupo de características señoriales, ahora fundadas tanto en las reconocidas relaciones de parentesco que los vinculaban con la tradición meritoria de los ancestros, como en la propiedad de unas tierras asociadas a su apellido.
Claves de análisis:
- Estrategias de perpetuación: Uso combinado de mayorazgos y matrimonios para preservar patrimonio
- Sistema cognático: Flexibilidad en la sucesión que permitía continuidad a través de líneas femeninas
- Construcción identitaria: El apellido como símbolo que unía sangre, tierras y memoria histórica
- Legitimación señorial: Los mayorazgos reforzaron la imagen aristocrática de la familia
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Referencias académicas: Se citan a Bestard Camps (1992) y Moreno Almárcegui (1992) como marco teórico.
Fuente:Crónicas coloniales. (Levillier, Martínez Villada).
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